jueves, 18 de junio de 2009

DEL RECUERDO Y EL TALENTO



Extraño a Deborah Kerr

“Nada humano me repugna” le dice Hannah Jelkes a un aterrorizado Lawrence Shannon en “La noche de la iguana” de John Huston. Esas palabras de Tennessee Williams, en los labios de Deborah Kerr y con la asombrada escucha de Richard Burton, hacían en 1964 referencia a la represión sexual. Hoy, en 2009, cuando el sexo y las más diversas prácticas sexuales sólo escandalizan por sus niveles de comercialización, bien podrían aplicarse a la política o a la educación. Elijo, sin embargo, algo más metafísico: la muerte.

Me gusta pensar que Miss Kerr, como llamaban a esta escocesa pelirroja y de perfecto inglés en Hollywood, hubiera también elegido estas palabras a la hora de su propia muerte. Y nada, eso es seguro, hay más humano.

Sí, extraño a Deborah Kerr. De alguna manera, aunque hacía muchos años que estaba retirada de la profesión de actriz, que ella misma aclaraba “había dado felicidad a su vida”, saber que dividía su residencia entre Suiza y Málaga, en compañía de su esposo, el guionista y escritor Peter Viertel, daba una sensación de merecido descanso luego de una carrera profesional, seria, comprometida y, por supuesto, exitosa.

Deborah Jane Kerr-Trimmer había nacido en Helensburgh, Escocia, el 30 de septiembre de 1921. Abandonó este mundo el 16 de octubre de 2007 en Botesdale, Suffolk, Inglaterra, a causa del Parkinson que padeció los últimos tiempos de su vida. La noticia de su muerte, a los 86 años, dejó un gran vacío. Generaciones mayores a la mía pensaron, seguramente, “ya no hay actrices así”. Yo pensé que los medios le habían dado, en Argentina, un pobre reconocimiento. Hacía tiempo me había dado cuenta de que me gustaban las películas “con” Deborah Kerr. Ahora la extraño, aunque la recupero cada vez que veo en sus películas su lúcido talento. Escribir sobre ella es una forma, entonces, de convocarla, y ella, que alguna vez dijo que la muerte la encontraría sentada en una silla de ruedas viendo una y otra vez “El rey y yo” -en Argentina se tituló “Ana y el rey de Siam”-, vuelve con sus personajes, una y otra vez, siempre viva.

Hablar de sus películas es hablar de los personajes que construyó, porque Deborah Kerr era una actriz que construía sus personajes. Anna en “El rey y yo”, con Yul Brynner, supo encontrar el equilibrio entre el temperamento y la dulzura; Karen Holmes fue comprendida incluso por las más conservadoras plateas en su adulterio en “De aquí a la eternidad”. ¿Cómo no comprender a esa mujer inteligente, intensamente seductora y sexy, que se encontró en la playa nada menos que con Burt Lancaster y tenía un marido que era un desastre? Deborah Kerr tuvo con este personaje la osadía del realismo y la profundidad de la pasión.

No muy diferente es lo que puede decirse de Lady Diana Ashmore, en “Rojo atardecer” -The Journey- de Anatole Litvak, otra vez con Yul Brynner. Esa mujer inglesa que huyendo de los rusos con un hombre de la resistencia húngara en plena invasión, reconoce una pasión imposible por el enemigo y le suplica en un hilo de dignidad: “déjeme, por favor”.

En “Mesas separadas” la actriz tiene uno de sus grandes logros, esa hija sometida y tímida, finalmente enfrenta a su madre: “No, mami”, le espeta a la gloriosa Gladys Cooper. Y ese “no”, lo siente y lo repite toda la platea. Igualmente profunda resultó su Hannah Jelkes de “La noche de la iguana”, mística y profundamente humana.

Deborah Kerr fue monja (Sister Angela) en “Sólo el cielo lo sabe”, con su amigo Robert Mitchum, rozando el borde del deseo y en “Black Narcissus”; adúltera y pícara junto a Cary Grant en “The grass is greener”; aventurera en “Las minas del rey Salomón”, también atenazada por una pasión inconveniente; fue Ligia en “Quo Vadis” y Portia en “Julio Cesar”; romántica como pocas en la piel de Terry McKay en “Algo para recordar” junto a Cary Grant; y Catherine Parr, una de las esposas de Enrique VIII, en “La reina virgen”. Para la televisión llegó a ser la enfermera Plimpson para la remake de “Testigo de cargo”.

Deborah Kerr fue todos esos personajes y muchos más. Seis veces candidata al Oscar, recibió en 1994 un premio honorario. El público la recibió y la despidió de pie y con aplausos, haciendo evidente, además de admiración, el olvido de la Academia. Pero no importa. El Oscar se lo damos nosotros.

Parafraseando una de sus líneas para el cine, pienso que es muy fácil cumplir con su pedido “Años después, cuando hables de esto; sé amable”, le dice a John Kerr en “Té y simpatía” de Vincent Minelli. Imposible no ser amable con esta señora. Miss Kerr, we miss you.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo,mi idola y mi querida amiga por 30 años,que persona estupenda ,como la extraño, sus hermosas cartas que me acompañaron durante toda mi vida.Hermoso ser humano y estupenda actriz,un abrazo donde te encuentres mi querida Deborah

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