por Norma Arana
“Siempre
he preferido el reflejo de la vida a la vida misma” decía Francois Truffaut.
Esa idea -platónica- toma forma estética en “Carol”, la versión cinematográfica
del libro de Patricia Highsmith “El precio de la sal”, dirigida por Todd Haynes
(Lejos del cielo, Mildred Pierce, Velvet Goldmine, I’m not there).
Lo
interesante, es que esas sombras fantasmagóricas, esos contrastes de luz, esas
oscuridades, esas siluetas que se desdibujan en la noche fría y húmeda, esa
mujer que vomita por angustia y esa otra que corta la comunicación telefónica
casi como si en ello se le fuera la vida, son reflejos de las decisiones que
cada ser humano toma en su vida, más tarde o más temprano. De allí tal vez, la
conmoción emocional contenida que provoca la obra de Haynes con cada gesto en
el que se detiene.
“Carol”
está llena de símbolos, en cada uno de sus segundos viven: el cine, la pintura,
la literatura y la música que hemos amado y con la que hemos amado. No faltan
referencias a Edward Hopper, a Billy Wilder, y a la mejor tradición del cine
americano que no sólo ha reflejado la vida, sino que en buena medida la ha
moldeado.
La
historia -ambientada en los ’50- es simple, la estructura es tradicional: todo
el film es un flashback, salvo la resolución final, como sucede en “Sunset
Boulevard”, que es homenajeada explícitamente. Sin embargo, los personajes de
“Carol” no tienen nada de sencillos.
Carol
(Cate Blanchett, como siempre impecable) es una mujer que está divorciándose y
cree tener todo bajo control. Descubrirá que eso no es tan cierto cuando su
vida dé un inesperado vuelco: conoce a Therese (Rooney Mara, vibrante en su
interpretación). El romance que surge entre las dos mujeres, cuestionará sus
vidas y sus decisiones. Therese descubrirá su sexualidad. Carol la confirmará.
El
descubrimiento, el encuentro consigo mismo, el amor, la familia, el lugar de la
mujer, la vocación, el arte, el trabajo, todos los temas se definen con un roce
en la película, que insiste en describir de forma subjetiva y conmovedora, lo
que los personajes sienten. Y lo que sienten es bien diferente en cada
situación. Y lo que sienten no está en sus palabras, sino en sus gestos.
Seguramente Haynes coincidiría con Truffaut cuando dijo: “No me gustan los
paisajes, ni las cosas; amo a las gentes, me intereso por las ideas, los
sentimientos”, de hecho uno de los personajes dice esto mismo en el film.
Desde lo
técnico, la película es impecable y está cuidada en cada detalle: la
escenografía, el vestuario, el maquillaje, la fotografía y las actuaciones de
Sara Paulson, Kyle Chandler y Jake Lacy, que completan un elenco inigualable.
La música, de Carter Burwell (recordado por “Fargo”) es esencial, como la
cámara de Edward Lachman que toma el punto de vista de las protagonistas y
describe su tiempo psicológico, antes que el real.
“Carol”
es una película que se disfruta desde la primera toma: un plano secuencia que
comienza en un respiradero del subterráneo y termina en las alturas. Y sobre
todo se disfruta si antes se ha disfrutado del cine clásico americano, porque es
a ese cine al que homenajea, al que recurre, al que cita y al que evoca en cada
toma, en cada idea y en cada gesto.
Sin
embargo hay algo profundamente contemporáneo en el tratamiento del film, sus
elipsis, sus sobreentendidos, dan cuenta de una estética moderna, que recupera
y actualiza su herencia. Una escena de sexo, nada escandalosa por cierto, como
la que se ve en la película, hubiera sido imposible en el Hollywood de antaño.
En ella Carol le dice a Therese “estás temblando”, ese temblor de la joven ante
la presencia de su amante, atraviesa todo el film y trasciende la pantalla
hasta el espectador. Nada más se le puede pedir al cine.